Vigilias y sueños. Tres de la mañana. Repetidas e idénticas explosiones. Despierta de inmediato. Entra azorado al cuarto.
* ¿Dónde andabas? –pregunta desde la cama.
* Ssshhh –siseó, caminando con sigilo–. No hagas bulla –susurró finalmente al lado de ella–. ¿O quieres que llegue hasta acá?
* Está bien –dijo imitándole el tono–, pero dime dónde andabas, y por qué tú y la casa huelen así. ¿Has vuelto a…?
* ¿Lograste escuchar? Parece que esta vez cayó sobre un vidrio.
* Ajá.
* Siempre a la misma hora. Antes fue lo mismo. La noche ya no es del Diablo.
* ¿Me vas a responder o no?
* No entiendo cómo es que, cada vez…
* ¡Respóndeme!
* Ssshhh. Sí, mujer, sí -dijo, bajando aún más la voz–. Estaba en el baño, haciendo lo que tú ya sabes, ¿contenta? Ahora haz silencio. Duérmete, yo intentaré hacer lo mismo. Mañana veremos lo que realmente pasó.
* Y… ¿a quién le importa lo que realmente pasó? Dime. ¿A ti, a ellos? Por favor, nadie está dispuesto a cargar con una verdad que los arrastrará hacia la muerte. Todos tenemos pavor; entre más lejos esté, mejor. No me extrañaría que mañana algún periodista de barrio (o tú), en medio de la multitud, diga que una lluvia de meteoritos fue la responsable de haber dejado el vidrio como un universo astillado, abundante en agujeros negros.
* Ssshhh. Ssshhh. Sí, sí, mujer. Ahora duérmete, por favor.
Johann Wahrmensch
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