PRESENTACIÓN

En esta sección de nuestro blog se incluirán, a partir de este momento, todos aquellos textos aprobados por sus méritos, como ejercicios de escritura. Estos ejercicios continuarán con otras formas de expresión literaria: diálogos, etopeyas, monólogos interiores... etc. Raymundo GC.

sábado, 16 de noviembre de 2013

ESPECIAL CORTÁZAR


CULTO Y TRAICIÓN A JULIO CORTÁZAR
-Fragmentos y Recetarios-



Por : Jairo Hernán Uribe Márquez


I


JAZZOOLOGÍA

Polanco : Dizque el Jazz es una “metáfora abarcadora”, dice este paredro.
Calac : Por delante…
Polanco : Fijáte, che, en retrospectiva…
Calac : Por detrás…
Polanco : …el Jazz en “Rayuela” tiene un poder autónomo…
Calac : Por delante…
Polanco :…fundamental. Pensá no más en las funciones que posee...
Calac : Por detrás…
Polanco : …sirve como objeto de exploración, funciona como sujeto, se asemeja a un observador marginal, comenta la acción, trabaja como un mundo paralelo y exordio de…
Calac : ¿ Exordio ? ¿ Vos leíste el mismo libro que yo ?
Polanco : Claro, ediciones piragua, mil novecientos tótem.
Calac : Son los títulos, che….Si no fuera por ellos el Jazz sería otra bagatela. Pero mirá estas hermosuras : “lagartos de las cuatro en punto”, “algún lugar bajo el aguacero”, “buenos días,blues”, “blues de la cama vacía”, “blues de los vagones fríos”…y el del “perro amarillo”…El lenguaje secreto de los “boppers”, ni más ni menos, che.
Polanco : Tregua tregua catala




II


INSTRUCCIONES PARA ODIAR ‘RAYUELA’

Vigésima octava : Si se desconoce el inglés y se piensa que el francés es una forma obliterada del español, renuncie con dignidad y a tiempo de cualquier lectura o aproximación a ella (la lectura). Es impensable comprender ‘Rayuela’ si no se entienden los epígrafes y, mucho peor, si no se traducen adecuadamente los fragmentos de canciones, los trozos de poesía y los inmejorables madrazos galos.

Septuagésima cuarta : Conocer a fondo el Jazz (estilos, variaciones, tendencias, épocas, temas e intérpretes famosos) es condición SINE QUA NON para abordar el texto masorético de Cortázar. Comience con “The Book of the Jazz” de Feather, “Jazz, Evolution and Essence” de Hodeir y “Black Músic” de Jones. Adicionalmente adquiera
los ‘blues’ tempranos de Leadbelly y los ‘blues de Chicago’ de Little Brother Montgomery, todos ellos a 78 revoluciones por minuto. En pasta americana, treinta y tres y medio r.p.m., apile en su estudio los discos de segunda más antiguos que encuentre, en este orden : Young, Waller, Basie, Rushing, Jones, Rainey, Ellington, Roll Morton, Smith, Fitzgerald y Sachtmo. Sobre esta montonera añada unos cuantos elepés de ‘bebop’ y ‘hardbop’, siguiendo la serie Parker, Guillespie, Monk, Turner Clarke y Rollins. Entremezcle una docena de ‘cool’ y unos ejemplares de ‘post’ hasta alcanzar el cielorraso. Apretando un poco la torre así levantada, introduzca algunos ‘standars’ y ‘covers’ de Davis, Coltrane y Hines. Si se presentan vacilaciones o inclinaciones de la mole, asegúrese de dar consistencia con unos ‘sencillos’ de Holliday o Vaughan. Tome su sitio junto al animal y lea despacio, mentalmente, ordinariamente, como un hecho casual. Aleje a los intrusos, a los niños y a los profesores de secundaria.




III

PREGUNTARIO PARA RAYUELÓMANOS

¿Cuántas veces aparece la palabra ‘París’ en ‘Rayuela’? ¿Recuerda los capítulos que se repiten hasta el infinito? ¿Sabe cuáles discos y de qué autores se amontonaban en el bidé de Lucía? ¿Quienes y de dónde eran los miembros extranjeros del club serpentino? ¿Puede repetirnos con exactitud el contenido del concierto absurdo de la Trépat? Señale, sin vacilar, la edad de Rocamadour. ¿Conoce, diga sí o no, a los integrantes del circo ‘Las estrellas’? ¿Era la ‘cuca’ una ferraguta o ferraguto una ‘cuca’? ¿Jugaban los locos del nosocomio a la rayuela de siete o de nueve partes? ¿Eran tan parecidas Lucía y Atalía o fue sólo consecuencia brutal de la cacofonía? ¿Se tiró o no se tiró Oliveira desde la ventana de su cuarto? ¿Puede citar la frase de Lowry que aparece en uno de los capítulos prescindibles? ¿Sabe, por supuesto, quién fue Malcom lowry? ¿Y conoce el autor de…? ¿Nunca oyó hablar de Julito?


IV
CRONOTIPIAS

1914-Nace Florencio durante un affaire turístico-diplomático (lo dijo él mismo).
1938-Se hace “presente” Julio Denis (Todavía hay peritos tras el origen del remoquete).
1947-Pergeña una muy farragosa “Teoría del túnel”. Paralelamente, por suerte, convoca su “Bestiario”.
1949/50-Escribe dos novelas prescindibles que, póstumamente, sirven para paliar la miseria de su viuda (y de sus editores).
1951-Sale de la cárcel “Buenos Aires” hacia el atelier “París”. El mundo se disgrega y dispersa en dos o tres o cuatro tipos de geschichten.
1953-Se casa e ingiere unos bebedizos contra la consunción y la angustia que luego llamará “cronopios”.
1959-tropieza con el “bird” e inicia el periplo feliz de perseguidor y perseguido.
1961-¡Cuba, mi patria querida!
1963-Reinventa y transita la “rayuela” extraordinaria de una nueva literatura.
1968-Desencanta a sus “fans” con 62, rezago intelectualoide. En acto de contrición ensaya su “último round”, campamento mayor del humor cortazariano.
1970-Segundas nupcias presenciando la “soledad tan sola” de Allende.
1973-75-Libro de Manuel, Tribunal Russell y Fantomas, son sus gestos pioneros frente al gorilato y el desangre de América Latina.
1979-Un tal Lucas y otra compañera, validan la sospecha de que terceras partes equivalen a la superación del remordimiento.
1980-Queremos tanto a Julito.
1984-Julio Florencio Cortázar prosigue sus juegos lúcidos, bajo las losas de Montparnasse, con su amada Carol.
2009-Contrariando su tesis acerca de lo “indecente” que resulta celebrar la muerte, se sigue escarbando en torno al mito y sus restos. Auri sacra fames



Manizales, Febrero de 2009.

ESPECIAL CORTÁZAR

Borges recuerda cómo conoció a Cortázar

F.S.: ¿Le agradaban los cuentos fantásticos de Julio Cortázar?
J.L.B.: Sí, me agradaban, y ocurrió un pequeño episodio… ¿Se lo he contado ya?
F.S.: No.
J.L.B.: Yo me encontré con Cortázar en París, en casa de Néstor Ibarra. Él me dijo: "¿Usted se acuerda de lo que nos pasó aquella tarde en la diagonal Norte?". "No", le dije yo. Entonces él me dijo: "Yo le llevé a usted un manuscrito. Usted me dijo que volviera al cabo de una semana, y que usted me diría lo que pensaba del manuscrito". Yo dirigía entonces una revista, Los Anales de Buenos Aires (una revista ahora indebidamente olvidada), que pertenecía a la señora Sara de Ortiz Basualdo, y él me llevó un cuento, "Casa tomada"; al cabo de una semana volvió. Me pidió mi opinión, y yo le dije: "En lugar de darle mi opinión, voy a decirle dos cosas: una, que el cuento está en la imprenta, y dentro de unos días tendremos las pruebas; y otra, que ya le he encargado las ilustraciones a mi hermana Norah". Pero, en esa ocasión, en París, Cortázar me dijo: "Lo que yo quería recordarle también es que ése fue el primer texto que yo publiqué en mi patria cuando nadie me conocía". Y yo me sentí muy orgulloso de haber sido el primero que publicó un texto de Julio Cortázar. Y luego nos vimos un par de veces en la UNESCO, donde él trabaja. Él está casado -o estaba casado- con la hermana de un querido amigo mío, Francisco Luis Bernárdez […]. Bueno, como le decía, nos vimos creo que dos o tres veces en la vida, y, desde entonces, él está en París, yo estoy en Buenos Aires; creo que profesamos credos políticos bastante distintos: pero pienso que, al fin y al cabo, las opiniones son lo más superficial que hay en alguien; y además a mí los cuentos fantásticos de Cortázar me gustan. Me gustan más que las novelas suyas: creo que en las novelas él se ha dedicado demasiado al mero experimento literario, a ese experimento del que no diré que inventó, pero del cual abusó, William Faulkner y que se encuentra también en Virginia Woolf: el hecho de invertir el orden cronológico en la narración -que me parece el orden natural- y de contar las historias barajando un poco el orden en que ocurren los hechos. […].
De: Fernando Sorrentino: Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, Buenos Aires, El Ateneo, 1996, págs. 103-105.

ESPECIAL CORTÁZAR



Por eso queremos tanto a Julio
Por Juan Rulfo

Lo queremos porque es bondadoso. Es bondadoso como ser humano y muy bueno como escritor. Tiene un corazón tan grande que Dios necesitó fabricar un cuerpo también grande para acomodar ese corazón suyo. Luego mezcló los sentimientos con el espíritu de Julio. De allí resultó que Julio no solo fuera un hombre bueno, sino justo. Todos sabemos cuanto se ha sacrificado por la justicia. Por las causas justas y porque haya concordia entre todos los seres humanos. Así que Julio es triplemente bueno. Por eso lo queremos. Lo queremos tanto sus amigos, sus admiradores y sus hermanos. En realidad, él es nuestro hermano mayor. Nos ha enseñado con sus consejos y a través de sus libros que escribió para nosotros lo hermoso de la vida, a pesar del sufrimiento, a pesar del agobio y la desesperanza. Él no desea esas calamidades para nadie. Menos para quienes saben que, más que sus prójimos, somos sus hermanos. Por eso queremos tanto a Julio.

ESPECIAL CORTÁZAR


El argentino que se hizo querer de todos
Por Gabriel García Márquez

Fui a Praga por última vez hace unos quince años, con Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Viajábamos en tren desde París porque los tres éramos solidarios en nuestro miedo al avión y habíamos hablado de todo mientras atravesábamos la noche dividida de las Alemanias, sus océanos de remolacha, sus inmensas fábricas de todo, sus estragos de guerras atroces y amores desaforados. A la hora de dormir, a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo y en que momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolonga hasta el amanecer, entre enormes vasos de cerveza y salchichas de perro con papas heladas. Cortázar, que sabía medir muy bien sus palabras, nos hizo una recomposición histórica y estética con una versación y una sencillez apenas creíbles, que culminó con las primeras luces en una apología homérica de Thelonius Monk. No sólo hablaba con una profunda voz de órgano de erres arrastradas, sino también con sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas. Ni Carlos Fuentes ni yo olvidaríamos jamás el asombro de aquella noche irrepetible. Doce años después vi a Julio Cortázar enfrentado a una muchedumbre en un parque de Managua, sin más armas que su voz hermosa y un cuento suyo de los más difíciles: La noche de Mantequilla Nápoles. Es la historia de un boxeador en desgracia contada por él mismo en lunfardo, el dialecto de los bajos fondos de Buenos Aires, cuya comprensión nos estaría vetada por completo al resto de los mortales si no la hubiéramos vislumbrado a través de tanto tango malevo; sin embargo, fue ese el cuento que el propio Cortázar escogía para leerlo en una tarima frente a la muchedumbre de un vasto jardín iluminado, entre la cual había de todo, desde poetas consagrados y albañiles cesantes, hasta comandantes de la revolución y sus contrarios. Fue otra experiencia deslumbrante. Aunque en rigor no era fácil seguir el sentido del relato, aún para los más entrenados en la jerga lunfarda, uno sentía y le dolían los golpes que recibía Mantequilla Nápoles en la soledad del cuadrilátero, y daban ganas de llorar por sus ilusiones y su miseria, pues Cortázar había logrado una comunicación tan entrañable con su auditorio que ya no le importaba a nadie lo que querían decir o no decir las palabras, sino que la muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar en estado de gracia por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo. Estos dos recuerdos de Cortázar que tanto me afectaron me parecen también las que mejor lo definían. Eran los dos extremos de su personalidad. En privado, como en el tren de Praga, lograba seducir por su elocuencia, por su erudición viva, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso, por todo lo que hizo de él un intelectual de los grandes en el buen sentido de otros tiempos. En público, a pesar de su reticencia a convertirse en un espectáculo, fascinaba al auditorio con una presencia ineludible que tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierna y extraña. En ambos casos fue el ser humano más importante que he tenido la
suerte de conocer. Desde el primer momento, a fines del otoño triste de 1956, en un café de París con nombre inglés, adonde él solía ir de vez en cuando a escribir en una mesa del rincón, como Jean-Paul Sartre lo hacía a trescientos metros de allí, en un cuaderno de escolar y con una pluma fuente de tinta legítima que manchaba los dedos. Yo había leído Bestiario, su primer libro de cuentos, en un hotel de Lance de Barranquilla donde dormía por un peso con cincuenta, entre peloteros más mal pagados y putas felices, y desde la primera página me di cuenta de que aquél era un escritor como el que yo hubiera querido ser cuando fuera grande. Alguien me dijo en París que él escribía en el café Old Navy, del boulevard Saint Germain, y allí lo esperé varias semanas, hasta que lo vi entrar como una aparición. Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón. Años después, cuando ya éramos viejos amigos, creí volver a verlo como lo vi aquel día, pues me parece que se recreó a si mismo en uno de los cuentos mejor acabados - El otro cielo -, en el personaje de un latinoamericano sin nombre que asistía de puro curioso a las ejecuciones en la guillotina. Como si lo hubiera hecho frente a un espejo. Cortázar lo describió así: "Tenía una expresión distante y a la vez curiosamente fija. La cara de alguien que se ha inmovilizado en un momento de su sueño y se rehúsa a dar el paso que lo devolverá a la vigilia.". Su personaje andaba envuelto en una hopalanda negra y larga, como el abrigo del propio Cortázar cuando lo vi por primera vez, pero el narrador no se atrevía a acercársele para preguntarle su origen, por temor a la fría cólera con que él mismo hubiera percibido una interpelación semejante. Lo raro es que yo tampoco me había atrevido a acercarme a Cortázar aquella tarde del Old Navy, y por el mismo temor. Lo vi escribir durante más de una hora, sin una pausa para pensar, sin tomar nada más que medio vaso de agua mineral, hasta que empezó a oscurecer en la calle y guardó la pluma en el bolsillo y salió con el cuaderno debajo del brazo como el escolar más alto y más flaco del mundo. En las muchas que nos vimos años después, lo único que había cambiado en él era la barba densa y oscura, pues hasta hace apenas dos semanas parecía cierta la leyenda de que era inmortal, porque nunca había dejado de crecer y se mantuvo siempre en la misma edad con la que había nacido. Nunca me atreví a preguntarle si era verdad, como tampoco le conté que en el otoño triste de 1956 lo había visto, sin atreverme a decirle nada, en su rincón del Old Navy, y sé que dondequiera que esté ahora estará mentándome la madre por mi timidez. Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios. Más aún: siempre pensé que la muerte misma
le parecía indecente. En alguna parte de La vuelta al día en ochenta mundos un grupo de amigos no puede soportar la risa ante la evidencia de que un amigo común ha incurrido en la ridiculez de morirse. Por eso, porque lo conocí y lo quise tanto, me resisto a participar en los lamentos y elogías por Julio Cortázar. Prefiero seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido, y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo.
Extraído de "Manual de Cronopios" (Francisco J. Uriz) - Ediciones de la Torre ©1992

ESPECIAL CORTÁZAR

ENLACES A VIDEOS SOBRE JULIO CORTÁZAR

BIOGRAFÍA https://www.youtube.com/watch?v=ca5rBK4q7Kg

ENTREVISTA CON SOLER SERRANO -EN RTVE – 1977 

http://vimeo.com/32244407 

http://www.rtve.es/alacarta/videos/escritores-en-el-archivo-de-rtve/entrevista-julio-cortazar-programa-fondo/1051583/

CON SOLER SERRANO – Frag.-(Y FOTOS)

 https://www.youtube.com/watch?v=jMxAgjckAn8

SOBRE EL ‘BOOM’
 https://www.youtube.com/watch?v=4nY9eX-BDvs

ENTREVISTA EN ‘EL JUGLAR’ 1983
 https://www.youtube.com/watch?v=dmJdZDoj7xk


CASA TOMADA
 https://www.youtube.com/watch?v=uGGOv3t3BMo

CONDUCTA EN LOS VELORIOS
 https://www.youtube.com/watch?v=AThfIzEmavg

ME CAIGO Y ME LEVANTO 
https://www.youtube.com/watch?v=o-gk68voVAY

TORITO
 https://www.youtube.com/watch?v=izNhpG54rGI

EL CHÉ GUEVARA
 https://www.youtube.com/watch?v=t3ogUmUbe6k


SOBRE RAYUELA
 http://www.youtube.com/watch?v=Vfvp0XC2taI&feature=player_embedded

FRAGMENTO DE RAYUELA (París-Klee)

 https://www.youtube.com/watch?v=5r-STyDg0-c

FRAGMENTO DE RAYUELA (CAPÍTULO 7) 

https://www.youtube.com/watch?v=0e4PRMjoqI0

ESPECIAL CORTÁZAR



INSTRUCCIONES PARA LLORAR


Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.




INSTRUCCIONES-EJEMPLOS SOBRE LA FORMA DE TENER MIEDO


En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.
En la plaza del Quirinal, en Roma, hay un punto que conocían los iniciados hasta el siglo XIX, y desde el cual, con luna llena, se ven moverse lentamente las estatuas de los Dióscuros que luchan con sus caballos encabritados

En Amalfí, al terminar la zona costanera, hay un malecón que entra en el mar y la noche. Se oye ladrar a un perro más allá de la última farola.
Un señor está extendiendo pasta dentrífica en el cepillo. De pronto ve, acostada de espaldas, una diminuta imagen de mujer, de coral o quizá de miga de pan pintada. Al abrir el ropero para sacar una camisa, cae un viejo almanaque que se deshace, se deshoja, cubre la ropa blanca con miles de sucias mariposas de papel.
Se sabe de un viajante de comercio a quien le empezó a doler la muñeca izquierda, justamente debajo del reloj de pulsera. Al arrancarse el reloj, saltó la sangre: la herida mostraba la huella de unos dientes muy finos.
El médico termina de examinarnos y nos tranquiliza. Su voz grave y cordial precede los medicamentos cuya receta escribe ahora, sentado ante su mesa. De cuando en cuando alza la cabeza y sonríe, alentándonos. No es de cuidado, en una semana estaremos bien. Nos arrellanamos en nuestro sillón, felices, y miramos distraídamente en torno. De pronto, en la penumbra debajo de la mesa vemos las piernas del médico. Se ha subido los pantalones hasta los muslos, y tiene medias de mujer.




INSTRUCCIONES PARA CANTAR

" Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared, olvídese. Cante una sola nota, escuche por dentro. Si oye (pero esto ocurrirá mucho después) algo como un paisaje sumido en el miedo con hogueras entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, creo que estará bien encaminado, y lo mismo si oye un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, si oye un sabor de pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo. Después compre solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann. "



MARAVILLOSAS OCUPACIONES


Qué maravillosa ocupación cortarle la pata a una araña, ponerla en un sobre, escribir Señor Ministro de Relaciones Exteriores, agregar la dirección, bajar a saltos la escalera, despachar la carta en el correo de la esquina. Qué maravillosa ocupación ir andando por el bulevar Arago contando los árboles, y cada cinco castaños detenerse un momento sobre un solo pie y esperar que alguien mire, y entonces soltar un grito seco y breve, girar como una peonza, con los brazos bien abiertos, idéntico al ave cakuy que se duele en los árboles del norte argentino. Qué maravillosa ocupación entrar en un café y pedir azúcar, otra vez azúcar, tres o cuatro veces azúcar, e ir formando un montón en el centro de la mesa, mientras crece la ira en los mostradores y debajo de los delantales blancos, y exactamente en medio del montón de azúcar escupir suavemente, y seguir el descenso del pequeño glaciar de saliva, oír el ruido de piedras rotas que lo acompaña y que nace en las gargantas contraídas de cinco parroquianos y del patrón, hombre honesto a sus horas. Qué maravillosa ocupación tomar el ómnibus, bajarse delante del Ministerio, abrirse paso a golpes de sobres con sellos, dejar atrás al último secretario y entrar, firme y serio, en el gran despacho de espejos, exactamente en el momento en que un ujier vestido de azul entrega al Ministro una carta, y verlo abrir el sobre con una plegadera de origen histórico, meter dos dedos delicados y retirar la pata de araña, quedarse mirándola, y entonces imitar el zumbido de una mosca y ver cómo el Ministro palidece, quiere tirar la pata pero no puede, está atrapado por la pata, y darle la espalda y salir, silbando, anunciando en los pasillos la renuncia del Ministro, y saber que al día siguiente entrarán las tropas enemigas y todo se irá al diablo y será un jueves de un mes impar de un año bisiesto.

ESPECIAL CORTÁZAR

SUS HISTORIAS NATURALES JULIO CORTÁZAR

En: Historias de Cronopios y de famas

LEÓN Y CRONOPIO

Un cronopio que anda por el desierto se encuentra con un león, y tiene lugar el diálogo siguiente: León.-Te como. Cronopio (afligidísimo pero con dignidad).-Y bueno. León.-Ah, eso no. Nada de mártires conmigo. Échate a llorar, o lucha, una de dos. Así no te puedo comer. Vamos, estoy esperando. ¿No dices nada? El cronopio no dice nada, y el león está perplejo, hasta que le viene una idea. León.-Menos mal que tengo una espina en la mano izquierda que me fastidia mucho. Sácamela y te perdonaré. El cronopio le saca la espina y el león se va, gruñendo de mala gana: -Gracias, Androcles.

CÓNDOR Y CRONOPIO

Un cóndor cae como un rayo sobre un cronopio que pasa por Tinogasta, lo acorrala contra una pared de granito, y dice con gran petulancia, a saber: Cóndor.-Atrévete a afirmar que no soy hermoso. Cronopio.-Usted es el pájaro más hermoso que he visto nunca. Cóndor.-Más todavía. Cronopio.-Usted es más hermoso que el ave del paraíso. Cóndor.-Atrévete a decir que no vuelo alto. Cronopio.-Usted vuela a alturas vertiginosas, y es por completo supersónico y estratosférico. Cóndor.-Atrévete a decir que huelo mal. Cronopio.-Usted huele mejor que un litro entero de colonia jean-Marie Farina. Cóndor.-Mierda de tipo. No deja ni un claro donde sacudirle un picotazo.

FLOR Y CRONOPIO

Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz. La flor piensa: «Es como una flor».

FAMA Y EUCALIPTO

Un fama anda por el bosque y aunque no necesita leña mira codiciosamente los árboles. Los árboles tienen un miedo terrible porque conocen las costumbres de los famas y temen lo peor. En medio de todos está un eucalipto hermoso, y el fama al verlo da un grito de alegría y baila tregua y baila catala en torno del perturbado eucalipto, diciendo así: -Hojas antisépticas, invierno con salud, gran higiene. Saca un hacha y golpea al eucalipto en el estómago, sin importársele nada. El eucalipto gime, herido de muerte, y los otros árboles oyen que dice entre suspiros: -Pensar que este imbécil no tenia más que comprarse unas pastillas Valda.

TORTUGAS Y CRONOPIOS

Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben, y se burlan. Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.

TERAPIAS

Un cronopio se recibe de médico y abre un consultorio en la calle Santiago del Estero. En seguida viene un enfermo y le cuenta cómo hay cosas que le duelen y cómo de noche no duerme y de día no come.
-Compre un gran ramo de rosas- dice el cronopio.
El enfermo se retira sorprendido, pero compra el ramo y se cura instantáneamente. Lleno de gratitud acude al cronopio, y además de pagarle le obsequia, fino testimonio, un hermoso ramo de rosas. Apenas se ha ido el cronopio cae enfermo, le duele por todos lados, de noche no duerme y de día no come.

TRISTEZA DEL CRONOPIO

A la salida del Luna Park un cronopio advierte que su reloj atrasa, que su reloj atrasa, que su reloj. Tristeza del cronopio frente a una multitud de famas que remonta Corrientes a las once y veinte y él, objeto verde y húmedo, marcha a las once y cuarto. Meditación del cronopio: "Es tarde, pero menos tarde para mi que para los famas, para los famas es cinco minutos más tarde, llegarán a sus casas más tarde, se acostarán más tarde. Yo tengo un reloj con menos vida, con menos casa y menos acostarme, yo soy un cronopio desdichado y húmedo". Mientras toma café en el Richmond de Florida, moja el cronopio una tostada con sus lágrimas naturales.

VIAJES

Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.

LOS EXPLORADORES

Tres cronopios y un fama se asocian espeleológicamente para descubrir las fuentes subterráneas de un manantial. Llegados a la boca de la caverna, un cronopio desciende sostenido por los otros, llevando a la espalda un paquete con sus sándwiches preferidos (de queso). Los dos cronopios-cabrestante lo dejan bajar poco a poco, y el fama escribe en un gran cuaderno los detalles de la expedición. Pronto llega un primer mensaje del cronopio: furioso porque se han equivocado y le han puesto sandwiches de jamón. Agita la cuerda, y exige que lo suban. Los cronopios-cabrestante se consultan afligidos, y el fama se yergue en toda su terrible estatura y dice: NO, con tal violencia que los cronopios sueltan la soga y acuden a calmarlo. Están en eso cuando llega otro mensaje, porque el cronopio ha caído justamente sobre las fuentes del manantial, y desde ahí comunica que todo va mal, entre injurias y lágrimas informa que los sándwiches son todos de jamón, que por más que mira y mira entre los sándwiches de jamón no hay ni uno solo de queso.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

LA HERENCIA DE JOYAS.

A mamá Patricia

Le faltaba poco para terminar de afeitarse. Había heredado de su padre esa fina sombra que le crecía por encima y por debajo de los labios. Se la quitaba precisamente por eso, no quería parecerse más a él. Ya tenía el mismo color verde de sus ojos, el que se hace invisible con la luz del sol; la misma nariz aplastada, que sólo era visible al moverse; e incluso la misma irritante mueca que hacía con la boca al hablar

* ¡Alicia prende el aire que empieza a hacer calor!

Se miró al espejo. En ese pequeño momento, en que aún tenía la barbilla mojada, se sentía plenamente él. Sentía que sus ojos no tenían otro color que no fuera el suyo, ese que había sido resultado de la lenta cristalización de los metales que llevaba dentro. Se sentía grande, más que grande, inmenso, capaz de llenar cada espacio del vidrio: frente ancha, labios carnudos, pómulos pronunciados, ojos desorbitados y nariz... una larga nariz. Se sentía bello, como tallado en mármol, con las facciones propias del más honorable caballero. Ahora lo entendía. Alicia se había enamorado de él, de todo él, e incluso la mueca le ha de parecer atractiva, muestra perfecta de la fineza de su rango.

- Alicia, ¡Te he dicho que prendas el aire!

El silencio del cuarto lo inundó al salir. Era un silencio impropio por lo que había sucedido la noche anterior.. La llamó con la mirada buscándola con sus ojos en cada espacio de la habitación. No obtuvo respuesta. Se detuvo en el collar de esmeraldas que se encontraba tirado en la cama, con una brusquedad que no correspondía a su valor de compra. Lo acarició. Acarició en cada piedra las excusas que ellas conformaban, las lágrimas que vanamente cesaron, el amor disimulado que brillaba en y un opaco verde del que claramente no había. Entonces se vio a sí mismo con el collar en la mano al lado de esa vieja mesita de noche, porque él ya había visto esta escena.. La había visto escondido tras el pequeño espacio que una puerta abría. Había visto el mismo ceño fruncido, que ahora era el suyo; el mismo crujir de las tablas de la cama al sentarse, que ahora eran las suyas; las mismas lágrimas que le salían por el orgullo herido, que ahora era su orgullo; el mismo grito ahogado llamando a su mujer, que ahora lo abandonaba a él; la misma destrucción de una costosa decoración, que ahora él había comprado; las mismas joyas destrozadas ante la rigidez del piso, pero que ahora en vez de zafiros, eran unas finas esmeraldas.

Se volvió a mirar, abatido, desde la perspectiva que le correspondía vivir. Entendió entonces que había heredado algo más que los rasgos faciales de su padre.

Karla Aguilar.

martes, 5 de noviembre de 2013

LLUVIA DE METEORITOS

Vigilias y sueños. Tres de la mañana. Repetidas e idénticas explosiones. Despierta de inmediato. Entra azorado al cuarto.
* ¿Dónde andabas? –pregunta desde la cama.
* Ssshhh –siseó, caminando con sigilo–. No hagas bulla –susurró finalmente al lado de ella–. ¿O quieres que llegue hasta acá?
* Está bien –dijo imitándole el tono–, pero dime dónde andabas, y por qué tú y la casa huelen así. ¿Has vuelto a…?
* ¿Lograste escuchar? Parece que esta vez cayó sobre un vidrio.
* Ajá.
* Siempre a la misma hora. Antes fue lo mismo. La noche ya no es del Diablo.
* ¿Me vas a responder o no?
* No entiendo cómo es que, cada vez…
* ¡Respóndeme!
* Ssshhh. Sí, mujer, sí -dijo, bajando aún más la voz–. Estaba en el baño, haciendo lo que tú ya sabes, ¿contenta? Ahora haz silencio. Duérmete, yo intentaré hacer lo mismo. Mañana veremos lo que realmente pasó.
* Y… ¿a quién le importa lo que realmente pasó? Dime. ¿A ti, a ellos? Por favor, nadie está dispuesto a cargar con una verdad que los arrastrará hacia la muerte. Todos tenemos pavor; entre más lejos esté, mejor. No me extrañaría que mañana algún periodista de barrio (o tú), en medio de la multitud, diga que una lluvia de meteoritos fue la responsable de haber dejado el vidrio como un universo astillado, abundante en agujeros negros.
* Ssshhh. Ssshhh. Sí, sí, mujer. Ahora duérmete, por favor.

Johann Wahrmensch

DEJEMOS EL JUEGO


Un día ensoñado igual a este, la tomé de la mano. Atravesamos el bullicio de la familia y del barrio. Buscamos un lugar distante. Por ejemplo, un inexistente valle cubierto de árboles detrás de una montaña, donde la soledad y el silencio dibujaran el horizonte. La invité a que se sentara en una inexplicable piedra en forma de asiento. Yo me senté a su lado. Nos miramos; tal como lo harían bebes ante un color atractivo, hermoso. Nos miramos. Nos miramos. Y nuestros ojos hablaron de eternidad, plenitud, de Dios. Mi voz se escuchó apagada, dolorosa:
Ya no podremos seguir juntos.
* Pero, por qué, si nos amamos; tú me quieres a mí, yo a ti, eso es lo único que debe importarnos.
* ¿Acaso no te das cuenta? El mundo se nos está cayendo encima.
* ¿Y eso qué? Que hablen y digan lo que quieran.
* Debería importarnos.
* Debería, sí. Pero a mí no me importa.
* Dejemos el juego. Ya no somos niños.
* Para mí, desde hace mucho, esto dejó de ser un juego. Yo quiero estar contigo, está decidido.
* ¡Basta! Somos hermanos, maldita sea. Nunca debimos llegar a este punto.
No hubo réplica esta vez. Yo me levanté, y sin mirar atrás, me arrastré en lágrimas, como si hubiera corrido en vez de hablar, hacia el bullicio de la familia y del barrio. Ella se quedó sentada, inmóvil, respirando con dificultad; creo que también lloraba.





Johann Wahrmensch

METAMORFOSIS


A Danilo de la Hoz

La niña, en el borde de la ronda,
sueña ser mariposa.
El viento rasga sus alas
invisibles.
El sol calcina sus colores
transparentes.
Y aun así,
se lanza al abismo.

HALITOSIS


Se aferró a mi tráquea en el vientre de mi madre, y a través de los años ha adquirido un olor amarilloverdosopálidobaboso. Aunque mi esperanza enflaquece entre rutinas, privaciones, medicamentos y menjurjes, a veces juego con el imaginario día en que pueda vomitarlo. Me he acostumbrado. Soporto con orgullo mi desgracia, y sueño que mi respiración se expande por el aire, por todos los rincones, exigiendo a quien lo aspire a avergonzarse de sí mismo y su alrededor, pues dudará de la pulcritud, perfección y pureza de su cuerpo y mundo. Con disimulo, en secreto, exhalará contra sus manos pegadas al rostro, sin embargo no sabrá si el mal olor lo despide su garganta o la de alguien más o la de algo más.

Johann Wahrmensch

LA ELOCUENCIA DEL SILENCIO

La cuerda había estado allí mucho tiempo. Quizás años. Ese día que la vio le pareció como si le gritara que la rescatara de su despectiva e indescifrable función: Daba dos vueltas en el listón de madera y uno de sus extremos, más largo que el otro, colgaba en la esquina del cuarto moribundo y yerto —talvez sea el vestigio olvidado de que alguna vez algo pendió de allí —se mintió—. una hamaca, un gajo de guineo o hasta un ahorcado…

Era el viejo más viejo de aquel pueblo de calles lánguidas y casitas dormidas en un tiempo estancado en cuatro generaciones. Era un ermitaño decrépito y refunfuñón que vivía en un cambuche de tabla sumido en un dejo atroz que quedaba al final de una calle sin salida por un vasto campo de arroz. El viejo era puro silencio. Una vez amanecía, sacaba una chaza de madera atiborrada de confites derretidos, cajas de cigarrillos vacías y unos cuantos gajos de mamón podrido que le habían quedado de la última cosecha y se sentaba en un viejo taburete recostado a un horcón a venderle a los jornaleros que trabajaban en aquél campo. Pasaba sentado gran parte del día en una posición bastante incómoda y sólo se levantaba cuando las necesidades se lo exigían, aunque no habría de importarle si un día decidiera no hacerle caso a su fisiología. Para él Hasta el roce leve de las hojas producía ruido. Por eso en su casa no había plantas de ninguna clase. Hubo un tiempo en que se le vio claveteando unas cuantas tablas y amarrando una que otra vareta en el tugurio. Selló puertas y ventanas, el techo y los resquicios que dejaban las tablas para aislarse de la estridencia caótica del mundo. Ya en su pequeño monasterio, se sumergió en un denso silencio. De repente, empezó a escuchar lo que al parecer eran las pisadas progresivas de alguien que siempre se acercaba y nunca llegaba: eran los pulsos indiscutibles del tiempo, el tic tac del reloj que hacía de sus esfuerzos por acallar el entorno, esfuerzos inútiles. Un día, perturbado por sus pisadas, acabó por matarlo con minuciosa agonía. Tenía el silencio asido a su ropa, enredado en su garganta, expresado en su mirada lejana y confusa. Colgaba de sus parpados entreabiertos por el cansancio de otra madrugada más sin dormir a expensas de las ligeras y concurrentes ilusiones que aprisionaba su alma corroída por los recuerdos que se mantenían inexpugnables a las pretensiones del olvido. Un olvido que sólo se olvidaba de él, que ardía como una llama inextinguible, devoradora y loca sobre su cuerpo milenario. Su obsesiva rigidez por el silencio absoluto lo llevó a escuchar sonidos inaudibles, sonidos que no venían de afuera, sonidos que venían de él, de su interior, de sus recuerdos de infancia, de su soledad, de su mismo silencio. Desde hacía algunos años convivía con ellos, con los murmullos de su destierro, con aquellas voces a las que no podía clavarle tablas ni amarrarle varetas, con aquellas risotadas que se agolpaban en su mente. Buscó no pensar para no pensar pero le fue imposible, su corazón latía con estrépito por estos sentimientos, y negándose a ellos optó por silenciarse él. Sus cosas habían de permanecer así, como él las dejó, ancladas en el tiempo denso de aquella casa, pues nadie quiso nunca ni querría jamás ser propietario de la herencia del viejo: unas noches completamente desoladas.

Vincent Taborda

UN OLOR A FLORES MARCHITAS




Orinó un sedimento denso y pestilente. Ese olor de óxido lo percibía en todo su cuerpo, hasta en sus sueños como una sustancia mordiente. Tenía una fiebre de puerco hacía cuatro días y se sentía pétreo, metálico. Todo le sabía a cobre. Cada doce, cada ocho y cada seis horas tomaba antibióticos. Los detestaba, no tanto por su sabor desagradable y el olor que causaban en su cuerpo, sino porque lo mantenían en vigilia, en ese peligroso estado de la conciencia. Podía ver los relojes dormidos, sentir el gotear del tiempo en su cabeza y escuchar los silencios más hondos del mundo: los ruidos sordos de su cuerpo, el resuello de autos trasnochados, el rumor de los árboles y el murmurar de las estrellas en secreto. El olor siempre estaba presente, salía de sus sábanas y le penetraba hasta lo más hondo de sus reminiscencias. Tenía el rostro descompuesto, no por el sueño espeso en su mirada, sino por su ausencia. Cerró los ojos tratando de buscarlo desde adentro porque se había cansado de esperarlo cuatro días afuera. Hurgó en esa madeja incomprensible de la mente y no lo halló. En la búsqueda se encontró con recuerdos, objetos inverosímiles y desproporcionados, olores, sabores y hasta con personas enterradas en el olvido como ella, Nasli, esa niñita de tercero con trenzas, pecas en el rostro y sus cartas con tinta roja. Poco a poco fue emergiendo de esas infinidades sin tiempo, de esas profundidades viscosas, de esos laberintos de la vida y se supo enfermo, postrado en esa cama yerta, lóbrega, rodeado de ese olor a hierro oxidado, de ese olor a flores marchitas.

Vincent Taborda

DEL OTRO LADO DEL CRISTAL


De repente alguien tocó a la puerta. Todos dormían. ¿Quién podría ser tan temprano un domingo por la mañana? el muchacho que trae el cerdo no abre la reja y toca a la puerta; él tiene otro método: tira piedrecitas al techo. Éste, ahora extraño, era alguien cercano a la casa, tanto así, que sabía el secreto del candado: abría sin llave. Pero para que algo abra tiene que estar cerrado, y esto era lo que no pasaba, el candado no cerraba, siempre estaba abierto aunque pareciera que no. Este secreto sólo lo sabíamos nosotros y ahora él, que justamente en este preciso instante vuelve a tocar la puerta. Lo hace con mucha prudencia, como si quisiera que sólo yo escuche y en efecto sólo yo lo hago. Sabe que a estas horas los demás están dormidos. Adormecido aún, fui a abrir la puerta. Era una puerta vieja, por lo tanto mañosa; había que meter el pie a la ranura que dejaba entre el piso y la parte inferior, luego suspenderla con fuerza y ahora sí, abrir la cerradura. Advertí su presencia imponente bajo el umbral, era él, tan desconocido pero a la vez tan familiar. Entró, puso el sombrero en un clavo torcido por las tantas veces que se había caído de la pared corroída y se dirigió a la cocina por una taza de café. Era tanta su presencia y su autoridad que lo hacía moverse libremente por todo el ámbito de la casa como si habitara en ella de toda la vida. No me dejó decirle que era muy temprano, por lo cual, no iba a haber café.

—Probablemente hay de ayer en la tarde —fue lo que dije. Tomó un tazón de café, de pie, mirándome callado, con inusitada conciencia, como si fuera el eslabón perdido de la cadena rota de su memoria. Era él y era yo, éramos ambos; él allá y yo aquí, compartiendo un mismo tiempo asimétricamente paralelo. Me fui y se fue al mismo tiempo, tal vez conmigo o, tal vez yo me fui con él, quizá yo soy él o quizá él es yo; o tal vez convergemos en un mismo tiempo, en un mismo espacio, en un mismo mundo, en un mismo cuerpo; tal vez sólo nos separa la cordura, tal vez sólo nos une la locura -eso en términos abstractos- ahora, sólo lo hace el grosor del espejo.

Vincent Taborda

POESÍAS DE JAIRO FALCON TEJADA


  CEGUERA

En tus pasos ya se cruzan
Las heridas del abismo
y del sueño no hay retiro
y en las sombras no hay 
penumbra...
 En tus pasos ya se queman
 Las pupilas del errante.





PUREZA


La saliva corre y corre, de
Las aguas y los labios,
la pureza allá recorre
la cabeza de los muertos.
Y de tumbas no conozco
Pero sí desolación.