Era
la 1:15 en la madrugada. Ella se encontraba en el punto más profundo de su
sueño. Soñaba con la muerte de su madre, y siempre lo hacía porque él siempre
estaba allí. Él era muerte. La contemplaba así: ignorante y tierna. La
contemplaba de nuevo: ambos dormidos.
Ella
se movió: él se acostó
Ella
abrazó su almohada: él la abrazó a ella
Sus
ojos eran perfectos para él. Un azul parecido al aura que lo rodeaba desde unos
años atrás. Un azul parecido a ese viejo lago donde su abuelo le había enseñado
a matarse. Un azul parecido al cielo donde nunca iría. Eran mentira, como él,
como todo: estaban cerrados.
Su
boca era perfecta para él. También callaba. Sólo se movía para suspirar. Él
había olvidado como hablar, como suspirar, como reírse. Sólo sabía besar. Besarla,
que era lo mismo. Le gustaba jugar con su quietud: estaba cerrada.
Ella
tenía frío: él la tocaba.
Ella
tenía calor: él la dejaba.
No
recordaba muy bien cuando había empezado todo esto. El tiempo. Sólo sabía que
la perseguía entre los muros que él atravesaba, que al asustar a borrachos veía
su cara, que quería irse de nuevo para ver si olvidaba su recuerdo, aunque este
había sido creado en el presente, y no en el pasado. El tiempo.
No
quería, sin embargo, que ella se fuera con él. Así por lo menos no podría
negarlo, no podría tomar la decisión que él ahora le obligaba a tomar. La
prefería así: ignorante y tierna.
Era
la 1:20 en la madrugada. Ella poco a poco se iría despertando. Siempre lo hacía
alrededor de esta hora. Le parecía normal hacerlo después de unos años. Miró entre
sus sabanas, luego su cuarto. No había nada.
Por: Karla Aguilar.
Por: Karla Aguilar.
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